Número de edición 8481
La Matanza

Esos dilemas propios

Esos dilemas propios

Esos dilemas propios

No hay una Argentina ni nunca hubo una sola. Siempre hubo por lo menos dos. En realidad, la Argentina parecieran ser dos polos que luchan constantemente entre ellos. En eso nos parecemos mucho a los Estados Unidos como a muchas regiones de Europa. Nos constituimos como nación desde nuestra dualidad y fragmentación. La patria se construye desde el “borderland”, desde la “grieta” misma.

 

Por Fabián Banga, Berkeley, CA

Este enfrentamiento nuestro no es nuevo, nunca lo fue. Existe desde antes de la misma fundación. Existe en esa “y” que ya marcó Ricardo Piglia entre civilización y la barbarie. “Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente” diría Borges. Pero en contexto, el partido ya había comenzado. Nuestra historia que en realidad es muy corta, es solamente los últimos minutos del tiempo complementario de un partido que se juega desde hace mucho tiempo. En nuestra cuadra, de un lado de la vereda está algo que se parece mucho al peronismo; del otro lado, todo lo que odia a todo eso que se parece al peronismo.

Esto que vemos en estos días, me proponía lucidamente hace un rato un amigo, es una mini segunda libertadora. Pero va a fracasar abruptamente como fracasó la primera. Ser argentino es estar en alguna de las dos tribunas. De ahí que tenemos muchos compatriotas de izquierda que son kirchneristas y otros que son anti-kirchneristas. Ser o no ser kirchneristas es una excusa para no ser esos otros que están del otro lado de la vereda. Esto no va a cambiar, no puede cambiar. Porque si cambia nos volvemos otra cosa. Lo que podría ser una alternativa creo se plantea dudosa. ¿Quién quiere, de última, dejar atrás esa dulce y cómoda neurosis que lo constituye? Otra opción que aceptarla no hay, como ya nos mostraron Tennessee Williams y Roberto Arlt. Todo aquel que venga a hablar de unión se queda afuera. Hasta intentaron gobernar por sobre la grieta, pero la levitación de pizza y champagne duró poco tiempo.

Porque para hablar de unión, esa señora mayor, autóctona y teñida, que camina por Recoleta (o bien podría ser Ramos Mejía) tendría que sentir que “la chica” que la ayuda, es su igual. Es decir que le tiene que caer la ficha que ella es en realidad igual a otro ser humano, con los mismos derechos. Sí, suena complicado el tema, pero por ahí pasa. Es más, esta señora tiene que darse cuenta de algo que para ella es aún más terrible y evidente, que esa chica la ve a ella como un igual.

James Baldwin decía que los afro-descendientes son en realidad los hermanos mayores de los europeo-descendientes en Estados Unidos. Baldwin proponía que los afroamericanos tenían que acompañar a los blancos en su camino reparador que les devuelva un estatus moral. Los blancos se tenían que íntimamente dar cuenta, sentir visceralmente, que los afroamericanos son seres humanos. Él proponía que una de las razones por la cual los blancos no pueden resolver este problema propio en relación con sus compatriotas negros es que enfrentar el problema es enfrentar la atrocidad moral que impera en los EEUU y de la que ellos son parte.

Nosotros no estamos muy lejos de ese nudo social irresuelto; nuestro nudo está no tanto en la raza (tema que entiendo se podría argumentar) sino en el clasismo. El trabajo es arduo y casi imposible. ¿Cómo lograr que la clase media o lo que Jauretche llamaba “el medio pelo” (la clase alta es otro tema) logre entender que cualquier mínimo status social está construido sobre la opresión de otros y otras? Es jodido el tema. Es similar al dilema de que todos los argentinos que no somos descendientes de los pueblos originarios estamos viviendo en un terreno ocupado. Mostrar eso es terminar el discurso y que te ofrezcan como opción la cicuta o el destierro. Y eso que estos son temas a resolver del siglo pasado. Lo que viene en el nuevo siglo aún ni se ha comenzado a discutir.

 

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