
Investigadores del CONICET analizaron los efectos de los dispositivos electrónicos en los más pequeños y coincidieron en la necesidad de promover un uso responsable y acompañado por adultos.
Por Florencia Belén Mogno
El crecimiento del acceso a la tecnología transformó radicalmente la manera en que los niños se relacionan con el aprendizaje, el entretenimiento y la socialización. Tablets, celulares y computadoras se convirtieron en parte de la vida cotidiana de los hogares, a tal punto que el primer contacto con estos dispositivos suele producirse en los primeros años de vida.
Sin embargo, esta masificación abrió un debate en el ámbito académico y sanitario acerca de las consecuencias que el uso temprano puede generar en el desarrollo cognitivo, emocional y físico de los más pequeños. A la vez que existen experiencias positivas, como el apoyo educativo o el contacto con familiares a la distancia, también aparecen riesgos asociados al aislamiento, la disminución de la actividad física o la exposición a contenidos inadecuados.
Por ese motivo, distintos organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y la Academia Americana de Pediatría (AAP) elaboraron lineamientos para orientar a las familias sobre el tiempo de exposición y el acompañamiento adulto que requieren estas experiencias digitales en edades tempranas.
En ese contexto y en relación al material al que pudo acceder Diario NCO, investigadores del CONICET publicaron un trabajo en el que recopilaron evidencias y entrevistaron a pediatras y médicos generalistas para conocer sus percepciones sobre el tema.
Recomendaciones y primeros consensos
En sintonía con lo planteado anteriormente, la psicóloga Olga Peralta, especialista en interacción adulto-niño mediada por imágenes, señaló en el escrito publicado que “así como antes las generaciones más viejas nos criamos con libros, las infancias de ahora se crían con tecnología. Es parte de la cultura”.
Asimismo, el estudio advirtió que el uso de pantallas en menores de dos años no es aconsejable por los efectos que podría tener sobre el desarrollo neurológico, motor y psicosocial.
“A partir de los 24 meses, se recomienda que los niños pequeños usen la pantalla acompañados por algún adulto. No hay pantalla interactiva que suplante la interacción entre seres humanos”, agregó la investigadora en el reporte.
Por su parte, el médico Sergio Terrasa subrayó en el informe que las percepciones de los profesionales de la salud sobre el impacto de las pantallas suelen estar basadas más en intuiciones que en evidencia científica sólida.
En esa línea, el profesional ndicó: “Notamos que la percepción sobre las pantallas se está volviendo cada vez más neutral en términos del balance entre sus riesgos y beneficios, conduciendo a que los profesionales sean más flexibles en sus recomendaciones”, indicó.
Pantallas en pandemia y nuevas formas de interacción
Durante el aislamiento social, el uso de dispositivos fue clave para sostener procesos de enseñanza, socialización y trabajo. Para el especialista Sergio Terrasa, este fenómeno contribuyó a visibilizar el valor positivo que puede tener la tecnología cuando se utiliza de manera planificada y con fines pedagógicos.
No obstante, el profesional remarcó que aún faltan estudios de largo plazo que analicen los efectos de esta exposición sobre variables como el desarrollo del lenguaje, la atención y la regulación emocional.
“Las pantallas no son buenas ni malas en sí mismas. Su efecto depende del contenido al que el niño esté expuesto, del grado de interacción que tenga con él y de la calidad de la supervisión de un adulto”, sostuvo eel investigador del CONICET.
En ese punto, el informe facilitado a este medio hizo hincapié en que el rol de los adultos es fundamental: no se trata solo de limitar el tiempo frente a las pantallas, sino de acompañar, conversar y reflexionar junto a los niños sobre lo que consumen.
Brechas tecnológicas y equidad
Otro aspecto que surgió en la investigación es la creciente desigualdad en el acceso a dispositivos y conectividad. Según Terrasa, “mientras algunos niños pueden incluso aprender a programar aplicaciones, otros no tienen acceso ni a una computadora, lo que genera una brecha que condiciona oportunidades educativas y de desarrollo”.
El investigador también observó que la generación nacida después de 2010 creció en un entorno de hiperconectividad que moldea nuevas formas de relacionarse con la información y el mundo. “Es probable que se vayan desarrollando como personas mucho más visuales, mejorando la coordinación ojo-mano y la capacidad de cambiar de tarea con facilidad”, concluyó.
Fuente fotografías: CONICET.
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