Número de edición 8481
La Matanza

La primera Buenos Aires, aquella que no fue

Se sabe que a comienzos de febrero del año 1536 fue fundada por primera vez la ciudad que conocemos actualmente como Buenos Aires, y que, tras el fracaso del primer asentamiento como consecuencia, en gran medida, de la hostilidad indígena (el sitio fue destruido en 1541 por orden del entonces gobernador Domingo Martínez de Irala), se produjo hacia 1580 una ‘‘segunda fundación’’, la que fuera la definitiva, encabezada por don Juan de Garay y sus hombres.

Por Mauro Luis Pelozatto Reilly

Sin embargo, existen algunas cuestiones que quedaron en cierta medida incógnitas, tales como las características de aquella expedición, los objetivos planteados para la fundación, los intereses de la Corona, las prácticas productivas llevadas a cabo por los primeros vecinos de Buenos Aires, la ubicación y estructura de aquella primera ciudad, entre otras cuestiones. Gracias a la capitulación firmada en Toledo (España), el 21 de mayo de 1534, se pueden responder en cierto punto las dudas planteadas.

En primer lugar, y a simple vista, parece ser que la idea del Rey español (Carlos I) era establecer una nueva gobernación desde el Río de la Plata (en ese entonces denominado ‘‘Río de Solís’’, en honor a Juan Díaz de Solís, quien había llegado a recorrer parte de la región en 1516), la cual tendría una extensión aproximada de 200 leguas hacia el Sur, incluyendo todos los nuevos territorios que se descubrieran, todo bajo licencia otorgada por el monarca, y financiado por el fisco regio:

‘‘Primeramente, vos doy licencia y facultad para que por Nos y en Nuestro nombre y de la Corona Real de Castilla, podais entrar por el dicho rio de Solís que llaman de la Plata, hasta la mar del Sur, donde tengais doscientas leguas de luengo de costa de governacion, que comience desde donde se acaba la governacion que tenemos encomendada al mariscal Don Diego de Almagro, hácia el estrecho de Magallanes, y conquistar y poblar las tierras y provincias que hubiere en las dichas tierras’’. 

Por otra parte, la fuente otorga ciertas descripciones de la expedición y sus objetivos concretos. Primeramente, habría que decir que era bastante grande para la época (aproximadamente 1.000 hombres equipados), y que incluía alimentos, armamentos y animales (caballos y yeguas), lo cual es indicio de que se buscaba el establecimiento de una nueva población española, con la idea de que la misma se extendiera sobre nuevas tierras con el correr de los años:

‘‘…y de llevar destos nuestros Reynos á vuestra costa y minsion, mil hombres, los quinientos en el primer viaje en que vos habeis de ir, con el mantenimiento necesario para un año y cien caballos y yeguas, y dentro de dos años siguientes los otros quinientos hombres, con el mismo basimiento y con las armas y artillería necesaria; y ansí mismo trabajareis de descubrir todas las Islas que tuviesen en paraje del dicho rio de vuestra gobernacion, en la dicha mar del Sur, en lo que fuese dentro de los límites de Nuestra demarcacion, todo á vuestra costa y minsion…’’.

Automáticamente tras el asentamiento, Pedro de Mendoza se convertiría en Gobernador y Capitán General, recibiendo tanto él como sus hombres el título de condes del Río de la Plata, y los salarios correspondientes a su función en el marco de esta empresa, siéndole otorgada también a Mendoza la facultad de conceder tierras en merced, además de encargarse de la construcción de las fortalezas que fueran necesarias. En definitiva, se los estaba reconociendo como vecinos feudatarios o beneméritos de Buenos Aires, los primeros con propiedad y residencia en el lugar. Es preciso aclarar que, en torno a estas primeras tierras concedidas en merced, se buscaba la conformación de las primeras unidades productivas, generalmente clasificadas como chacras (de menor tamaño, concentradas en la producción agrícola), o estancias (más avocadas a la cría de haciendas), las cuales en este caso no llegaron a conformarse. El proceso tendría lugar en estos pagos años más tarde, desde la fundación de Juan de Garay.

Asimismo, se puede ver con nitidez que la Corona nunca perdió de vista el objetivo principal del proceso de conquista y de colonización de nuevos territorios, el cual era, indudablemente, la acumulación de riqueza en forma de metales preciosos, siguiendo la lógica mercantilista de la época:

‘‘Declaramos y Mandamos que si en la dicha vuestra conquista ó governacion, se cativare ó prendiere algun cacique ó señor, que de todos los tesoros, oro y plata, piedras y perlas que se ovieren del, por vía de rescate ó en otro qualquier manera, se Nos dé la sesta parte dello, y lo demas se reparta entre los conquistadores, sacando primeramente Nuestro quinto…’’.

Por otra parte, también se intentó dejar bien en claro la implementación de los impuestos correspondientes, como el almojarifazgo (impuesto al traslado de mercancías entre la metrópoli y las Indias), el diezmo (en teoría, un 10% de los excedentes que pudieran obtenerse de la producción minera o agrícola-ganadera) y el quinto real (1/5 del total de la producción en oro o plata).

A su vez, también se pensaba en la evangelización como una cuestión central, al mismo tiempo que se llevaría a cabo la conquista y colonización. Sin ir más lejos, se nombró a Mendoza como encargado de designar funcionarios religiosos (vale la pena aclarar que desde los primeros años del siglo XVI, el Rey contaba con el Real Patronato, reconocido por el Sumo Pontífice, según el cual tenía la facultad de nombrar eclesiásticos para que desempeñaran sus funciones en América, y ocuparse de múltiples cuestiones vinculadas a la fe católica en sus dominios), para que éstos encabezaran la ‘‘instruccion de los indios naturales de aquella tierra á Nuestra Santa Feé Católica, con cuyo parecer y no sin ellos haveis de hazer la conquista, descubrimientos y poblacion de la dicha tierra; á los quales religiosos haveis de dar y pagar el flete y matalotaje y los otros mantenimientos necesarios, conforme á sus personas, todo á vuestra costa sin por ello les llevar cosa alguna durante toda la dicha navegacion; lo qual mucho vos encargamos que así lo guardeis y cumplais como cosa del servicio de Dios y Nuestro’’. Más adelante en la capitulación, aparece la siguiente aclaración:

‘‘Otro sí, con condicion que en la dicha conquista, pacificacion y poblacion y nombramiento de los dichos indios, en sus personas y bienes se así tenido y obligado de guardar en todo y por todo, lo contenido en las ordenanzas é instrucciones que para esto tenemos fechas y se hizieren, y vos serán dadas’’.

Muy posiblemente, dentro de estas condiciones de la conquista a las cuales hacía referencia Su Majestad, se encontraba la encomienda, por la cual los beneméritos recibían el derecho de usufructo de la mano de obra indígena, además de la capacidad de percibir un tributo. En teoría, los conquistadores no poseían derechos sobre las tierras de las comunidades nativas, aunque los acontecimientos se ocuparon de mostrarnos que, en la práctica, los abusos fueron moneda corriente, y que las concesiones territoriales ayudaron a consolidar el poder de los primeros encomenderos, sobre todo en otras regiones, como Perú y Nueva España. En Buenos Aires, incluso tras la población establecida por Garay y sus hombres, ni la encomienda ni el sistema de reducciones (pueblos de indios reducidos por Órdenes Religiosas) tuvieron demasiado peso, por las características de los aborígenes pampas conocidos como querandíes (cazadores-recolectores, semi-nómades, comunidades poco concentradas, etc.).

 

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