Edición N° 8482
La Matanza

Historia Popular: Cuando Junio fue el mes del odio

Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com

Junio de 2012 nos encuentra ante minoritarias expresiones de descontento de la oligarquía local, acostumbrada a hacer oír su voz ante la pérdida de privilegios. Casi sesenta años atrás, ese mismo odio transformó una procesión en una inédita marcha opositora y un desfile militar en el macabro bombardeo a la Plaza de Mayo.

Años de profundo cambio habían transcurrido desde 1945: redistribución del ingreso, política exterior independiente, desarrollo industrial, mejoras laborales, crecimiento del mercado interno, acceso de los sectores populares al consumo y la participación política, fortalecimiento de los sindicatos, ayuda social, intervención del Estado en áreas estratégicas de la economía. Esa Argentina con la que tantos patriotas soñaron y muchos murieron era una realidad, y esos millones de obreros que forjaban el crecimiento del país, eran testigos de ello.

Sin embargo, como toda política transformadora, aquel primer peronismo, con el objetivo de redistribuir, de igualar, de integrar, se vio obligado a tocar intereses poderosos, y los poderes fácticos, que como ya sabemos, no tienen siempre residencia en la Casa Rosada, no se quedaron de brazos cruzados.

Quisieron abortar el naciente proyecto de soberanía e igualdad en aquel octubre de 1945. Pero el pueblo agolpado en la plaza pudo más que aquellos jerarcas militares y políticos atemorizados por un avance de las masas sólo visto en ese siglo bajo el liderazgo de Hipólito Yrigoyen. Apostaron luego a vencer en las urnas a ese potencial “tirano”, con la improductiva ayuda del representante estadounidense, el señor Braden, en su campaña internacional “contra el nazismo”, o más bien, a favor de los intereses del ascendente imperio. Pero otra vez fueron derrotados por el pueblo ejerciendo sus derechos. La sed de revancha ahora sólo podría ser canalizada con lamentables expresiones como “Viva el cáncer”.

Así llegó el peronismo al gobierno y avanzó, de una forma amplia y profunda, en pocos años, en la concreción del mayor proyecto de liberación nacional que haya conocido nuestra historia. Los trabajadores, las mujeres, los jubilados, los niños, fueron los nuevos privilegiados. La justicia social reemplazó a la explotación, la independencia económica a los vínculos semicoloniales, la ayuda social a la beneficencia.

La oligarquía, socia local del imperialismo, estaba cada vez más golpeada. Por el avance de los sectores populares, por la reducción de sus beneficios, por la abolición de sus privilegios. Aquel flamante Estatuto del Peón y la creación del IAPI, símbolos de una Argentina distinta, que no hacían otra cosa que asegurar condiciones dignas de trabajo a los peones y poner bajo el imprescindible control del Estado el comercio exterior de granos, fueron heridas mortales para esa elite terrateniente cortejada por los diferentes gobiernos desde la mismísima construcción de nuestro Estado.

En esos últimos años cuarenta aguardó agazapada, especulando, resistiendo, sabiendo que tarde o temprano tendría la oportunidad de recuperar su posición. Mientras la industria nacional daba sus primeros pasos importantes, en “el campo” la superficie sembrada se reducía y apenas si se invertía para mejorar la productividad o recuperar la mano de obra expulsada del ámbito rural durante los años anteriores. No por casualidad el Segundo Plan Quinquenal se orientó a apuntalar la actividad agropecuaria, que a pesar de los cambios, no dejaba de ser la que generaba la mayor fuente de ingresos del Estado.

Pero la pasividad no es lo que caracterizó jamás a la oligarquía argentina, y menos a sus cómplices externos. El conflicto abierto entre el gobierno peronista y uno de los sectores que en sus inicios le brindó su interesado apoyo generaría las condiciones perfectas para cortar el problema de raíz. Precisamente, de la Iglesia Católica estamos hablando; la misma que legitimó posteriores golpes ejecutados desde las sombras (o no tanto) por los mismos poderes económicos: terratenientes, banqueros, industriales y demás.

Una institución retrógrada, machista y elitista como ella se resistía a subordinarse a un gobierno revolucionario e igualitario como el peronista; fue así que decidió dar los primeros pasos de alejamiento al gobierno, abriendo una especie de guerra de nervios donde cada agresión de uno de los bandos era contestada con otra provocación desde la vereda de enfrente. La excomunión del presidente, desde el lado eclesiástico, y la reforma constitucional para la separación de la Iglesia y el Estado, desde el lado del gobierno, fueron los puntos más extremos de esta tensión tan palpable en la vida pública de mediados de los cincuenta.

Poco a poco fueron acercándose entre sí los diferentes sectores cuyo encono hacia el peronismo y todo lo que él generaba fue creciendo de manera exponencial: sacerdotes, militares, terratenientes, y políticos asfixiados por las prácticas autoritarias del gobierno, comenzaron a tramar la solución definitiva. A sus proyectos se plegaría también gran parte de la clase media, caracterizada por defender los intereses de las clases dominantes más que los propios, además de compartir sus prejuicios sociales.

Aquel 11 de junio, la tradicional procesión de Corpus Christi se convirtió en una marcha política del amplio y heterogéneo arco opositor, que arrojó como dato curioso (por llamarlo así) la concurrencia de socialistas, comunistas y masones (ateos y enemigos históricos del catolicismo) al lado de sacerdotes, militares de civil y señoras de la alta sociedad.

Fue sólo el aperitivo de lo que cinco días después llevaría adelante la Marina bombardeando la Plaza de Mayo en ocasión de un desfile de desagravio a la bandera nacional quemada durante la mencionada procesión. No pudieron matar a Perón, su objetivo, pero sí a más de 300 personas, entre transeúntes y trabajadores que habían concurrido a defender a su líder. Ese mismo sentimiento tendría su eco en los fusilamientos de José León Suárez un año después, ya con la “Libertadora” en el poder.

Tantos años después, está claro que el odio sigue vivo. Se expresa casi con las mismas palabras e identifica a los mismos sectores sociales. Sin embargo, no tiene la misma convocatoria ni los recursos y cómplices de aquel junio en el que venció el odio. Festejemos, entonces, pero permanezcamos atentos: la Historia nos enseñó que la reacción no se sienta a esperar que pase el temblor.

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Un Comentario.

  1. FLACO TODAVIA SEGUIS REVOLVIENDO MIERDA Y COMIENDO DE ELLA .
    “HE VENIDO A MORIR A LA ARGENTINA , PARA SELLAR LA PAZ ENTRE LOS ARGENTINOS” Juan Domingo Peron….
    TE SUENA FLACO ….. JUAN DOMINGO PERON ….

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