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El malestar en la infancia: las pantallas no son juguetes

El malestar en la infancia: las pantallas no son juguetes.

Desde hace años, diversos estudios han puesto en evidencia las contraindicaciones del uso de pantallas en los niños menores de 5 años.

Sin embargo, en la actualidad el uso de dispositivos electrónicos se ha convertido en un hábito recurrente en esta población. ¿Cuáles son los efectos negativos de exponer a un niño al uso excesivo de las redes sociales, juegos virtuales y videos?

La mayor cantidad de tiempo delante de una pantalla- ya sea celular, Playstation, tablet o televisor- puede estar asociado a retrasos en el desarrollo en los niños de tres a cinco años. En los niños menores de tres años su exposición está  directamente contraindicada. No obstante, en la actualidad siguen abundando contenidos dedicados a la población infantil en las redes sociales. Y es que su propósito se centra en que el usuario permanezca el mayor tiempo posible  prestando atención a sus contenidos. Un tiempo que siempre es valioso, y lo es aún más en los primeros años de la infancia.

Las pantallas no son un juguete

He tomado nota de una gran cantidad de padres que regalan dispositivos electrónicos a sus hijos-como celulares, Playstation o tablets- confundiéndolos con juguetes, propiciando el uso indiscriminado e ilimitado de las pantallas. Pero lo cierto es que estos productos no cuentan con las características de un juguete tradicional. Principalmente porque la relación que genera el niño con estos es muy diferente a la que puede generar con un juguete.

El niño necesita que se genere una zona intermedia entre él y su mundo exterior, una zona de experiencias que propicie su desarrollo, donde  puede compartir o no sus vivencias con el otro, que le permita sociabilizar, elaborar sus miedos, exponer sus fantasías y defenderse de las ansiedades que puede generarle el mundo de los adultos.

En los primeros años de vida es fundamental que un niño aprenda a diferenciar su mundo interior del mundo exterior, que pueda generar su capacidad creativa, imaginar, fantasear, producir ideas y objetos propios.

Esta capacidad solo puede desarrollarla a través del juego. Según el psicoanalista Donald Winnicott, el juego es un espacio terapéutico en sí mismo, porque es una zona de experiencia donde el niño puede proyectar su mundo interno y relacionarlo con la realidad exterior.

Para ello, el niño se hace de objetos que no son parte de su cuerpo, pero que tampoco son totalmente ajenos a él, estos objetos llamados “objetos transicionales”, suelen tener un gran valor para el niño hasta que en cierto momento pierden por completo su interés, para dar lugar a otros objetos.

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre los dispositivos electrónicos y los juguetes? La diferencia observable en muchos niños, es que el dispositivo electrónico no es experimentado como un objeto por fuera de este, sino que es percibido como una adherencia a sí mismo, una parte de su propio cuerpo; por este motivo, cuando el padre intenta sacárselo, el niño reacciona con una fuerte angustia, signo de una vivencia mortificante o lacerante.

Es que la pantalla genera un bombardeo de estímulos que anulan al mismo niño, reducen toda su capacidad mental a la función de ver atentamente su contenido.

En las redes sociales, por ejemplo, el niño solo se dedica a ver videos, uno atrás de otro, muchas veces sin siquiera terminar de verlos. Los colores y sonidos utilizados están organizados para que no deje de prestar atención a las imágenes y para que pierda el interés por su entorno cotidiano.

Otra diferencia fundamental es que la zona intermedia de juego favorece a que el niño se relacione con el otro, de algún modo puede incluirlo o estar con él mientras se dispone a jugar; pero esto no sucede con los dispositivos electrónicos.

Las pantallas limitan la capacidad de socializar, hablar y comprender los códigos cotidianos. Pero, no solo esto, el tiempo perdido durante la infancia es esencial para que el niño pueda reconocerse como sí mismo en la mirada del adulto.

Con el uso de pantallas el niño queda limitado a “ver”, pero lo que necesita es ser mirado por el adulto, compartir experiencias con este, saberse tolerado, comprendido  y escuchado. Pero sobre todo, requiere ser nombrado y deseado.

Un adulto que tiene un niño que pasa mucho tiempo delante de las pantallas se pierde de una oportunidad  especial para bañarlo con sus palabras, crear experiencias que lo acompañarán toda su vida, enseñarle a tolerar las frustraciones, se pierde de una sonrisa que devolver y de un llanto que contener.

Un niño que pasa mucho tiempo delante de las pantallas pierde una oportunidad que  luego es muy difícil de recuperar, porque ver no es lo mismo que mirar.

Mirar implica el hecho de ser mirado, de autopercibirse mirando al otro, y desarrollarse en ese punto de encuentros y desencuentros, que implica vivir jugando en el mundo de los adultos.

Muchos de los trastornos de aprendizaje, retrasos del habla y del lenguaje y trastornos de espectro autista están fuertemente asociados a esta oportunidad que se desvanece en las horas y horas perdidas frente a la pantalla.

Es importante limitar su uso y propiciar esos espacios libres en un encuentro lúdico que fomente la capacidad de inventar, imaginar y crear vivencias novedosas. Es lícito pensar que, en un gran número de casos, un niño que pasa mucho tiempo delante de las pantallas cuenta con un adulto que pasa una cantidad de tiempo similar, será cuestión de evaluar qué hacemos con nuestro tiempo y cómo lo aprovechamos.

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