Número de edición 8481
La Matanza

Entrevista a Luciana A. Mellado

Luciana A. Mellado o el modernismo latinoamericano y la generación del ‘27 española”

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Luciana Mellado nació el 3 de marzo de 1975 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut. Es Profesora y Licenciada en Letras, por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, así como Magister en Literaturas Española y Latinoamericana, por la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora y profesora en la carrera de Letras de la UNPSJB, en la sede de su ciudad. Colaboró con artículos en publicaciones universitarias arbitradas de Argentina, España, Nueva Zelanda, Chile y Alemania. Además de obtener numerosos premios y becas, participó como expositora y como poeta en congresos nacionales e internacionales. Es la compiladora de dos antologías editadas en soporte electrónico: “Máquina sur. Poesía actual de la Patagonia” (2013) y “Patagonia se dice en plural” (2015). En el género ensayo, en 2010 la UNPSJB editó su conferencia “La Patagonia y su literatura: unidad y diversidad multiforme” y en 2015 apareció su libro “Cartografías literarias de la Patagonia en la narrativa argentina de los noventa”. Poemarios publicados entre 2006 y 2014: “Las niñas del espejo”, “Crujir el habla”, “Aquí no vive nadie”, “El agua que tiembla” y “Animales pequeños”.

 

De “La gran aldea”, al decir de Lucio Vicente López, a la ciudad más populosa de la provincia del Chubut.

 

Mi madre me llevó a la Patagonia, donde ella y toda mi familia materna residían, unos meses antes de cumplir el año. Desde entonces, salvo por viajes de estudio o trabajo, vivo en Comodoro Rivadavia. Y en el mismo barrio de mi infancia, que ha cambiado bastante y a la vez permanece igual en muchos aspectos. Cuando tenía siete u ocho años comencé a estudiar piano. Hasta que cumplí los quince. En ese lapso aprendí muchísimo, aprendí de todo menos a tocar el piano. Aprendí a leer notas, a reconocer ritmos, acentos, armonía. Creo que también en parte por mi dificultad para la ejecución y aquel misterio que es para mí “tocar de oído”, ejercité de un modo muy desarrollado la memoria. Ahora, puedo recordar con precisión fragmentos de textos literarios o teóricos. Por algún motivo, siempre que tengo algún interés, claro, repito mentalmente pasajes bibliográficos y los sigo repitiendo y van quedando, así, fijados a un ritmo antes que a unas palabras.

En esa misma época comencé patín artístico. Amaba patinar. Fui a patín por dos o tres años en un club de mi barrio. Lo que más disfrutaba era la sensación de libertad cuando tomaba velocidad, relativa porque no era un lugar lo bastante grande desde mis ojos de adulta. El aire frío entrando por la nariz y golpeándote la cara.

Como ves, en ninguna de las actividades preferidas de mi niñez, la palabra tenía un papel central; sí lo tenían la música, en la que porfiadamente insistí, y la expresión corporal, de la que tempranamente me desprendí. En 1984 falleció de forma trágica mi abuelo materno, mi abuelo Vito, el sol de mi infancia. Y entonces mi familia se apagó un poco. No fui más a patín, pero seguí con piano. Él no alcanzó a escucharme tocar el piano porque no teníamos piano en casa, y fue unos años después que mi madre logró comprarlo en Buenos Aires, en un importante comercio que se llamaba Casa América (¿seguirá existiendo?). Cuando el piano llegó a casa fue un acontecimiento. Una amiguita del barrio insistía en no creerme, no podía ser que tuviéramos un piano. En el medio empecé a leer los libros que mi mamá me regalaba y los que había en casa, que no eran muchos pero me resultaban atractivos por las imágenes que traían. Uno se titulaba “Las maravillas del mundo”, y sí que era asombroso mirar esos paisajes tan remotos para mí. Algunos eran de la Colección Billiken, tapas duras donde predominaba el color rojo: “Mujercitas”, “Papaíto piernas largas”, “Las mujercitas se casan”, “Corazón”. Estas lecturas, ahora que lo pienso, echaron distintas semillas en mi corazón, no sé si todas florecieron. Luego vino el colegio secundario, y allí se fue fortaleciendo mi vínculo con la literatura y sobre todo con la poesía.

Una vez, Valeria Cervero, una poeta amiga, me consultó sobre mi primer escrito literario. Ella estaba compilando una producción de poesía para niños, me invitó a participar con unos textos y necesitaba este dato para la presentación. Recordé que en un cuaderno rojo, también de tapas duras, en tercer o cuarto grado escribí un cuento sobre una nube. Le había agregado el dibujo de una nube que sonreía. Nada más. Y también recordé que la maestra me escribió algunas palabras lindas, una felicitación supongo ahora.

Mi secundaria la cursé en un colegio universitario que está ubicado en el mismo edificio donde ahora me desempeño como profesora en la carrera de Letras. Me impacta la distinta percepción del espacio que guardo de los lugares según pasan los años.

 

Luego, tus carreras de grado.

 

Sí, en mi ciudad. Al principio de mi formación, durante un año y medio cursé en simultánea dos carreras: el Profesorado de Teatro, en el Instituto Superior de Formación Docente Artística, más comúnmente nombrado como Escuela de Arte, y el Profesorado en Letras. No me daba el cuerpo ni la cabeza para continuar con ambas, así que elegí, y elegí la literatura. Tempranamente ingresé a un equipo de investigación y desde entonces le dedico un espacio central a esta actividad. Tenía mucha curiosidad por el discurso del arte y una necesidad de practicar y encauzar mi expresividad; por eso sumé a estas dos actividades mi participación en un taller de escritura creativa, también por un lapso similar.

Apenas concluí mi carrera, gané una beca de la Agencia de Cooperación Internacional Española para realizar una pasantía en una universidad de Tarragona. Allí estuve unos dos o tres meses colaborando en el dictado de dos cátedras, una de narrativa latinoamericana y otra de poesía argentina. Fue una hermosa experiencia, la primera vez que cruzaba el charco. Como el padre de mi abuela materna fue uno de los que vino buscando una mejor vida a principios del siglo XX a la Argentina, y fue a parar como peón de campo a la provincia de Santa Cruz, donde nació mi abuela, sin poder jamás regresar, recuerdo mucho mi llegada a España, el cielo anaranjado que me recibió y mi emoción por sentir de algún modo que era él quien volvía en mi mirada. Atesoro esa escena, y algunas clases, y los paisajes de Cataluña.

 

Y regresaste.

 

Al volver me dediqué con intensidad a mi trabajo, y a la vez resguardé disponibilidad para la escritura, hasta que publiqué mi primer poemario en 2006; desde allí y cada dos años he publicado un libro de poemas. Cada uno responde a distintos juegos expresivos y comunicativos, y a la vez son hijos de una misma necesidad que no puedo verbalizar completamente. Si tuviera que darle un lugar diferenciado a las prácticas ligadas a la literatura, diría que el primer lugar en mi preferencia lo tiene la lectura, luego la escritura y luego la socialización de textos.

He participado en diversos encuentros de poesía. Uno de los primeros, en 2009, fue el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. En una de las actividades, algunos de los poetas fuimos a la cárcel de mujeres de Ezeiza. Me resultó impactante. Recuerdo a Cecilia Perna, Aldo Novelli, Osías Stutman, Nicolás Rojo y Antonio Miranda. Sólo con Cecilia seguimos viéndonos con cierta frecuencia. Nos hicimos rápidamente amigas. Hubo quienes recitaron sus textos en esa ocasión. Yo no pude. Quedé muda. Me impactó ver a las mujeres, con sus hijos pequeños (varios, siendo amamantados), ahí encerradas, minúsculas en ese edificio gigante. Se me apagaron las palabras. Una de ellas compartió un poema que hablaba del disparo con que había matado a su marido. Ese poema fue esclarecedor para mí. Juro que escuché la descarga del arma. Después, en general, desprecio la endogamia literaria que se cultiva en muchos festivales. Me da sopor. Me gustan los encuentros donde se celebran los “cien colores del alma”, en palabras de José María Arguedas, y se desacraliza el asunto. Vivir en el sur de Argentina, una región periferizada (y no periférica), me viene bien, me aleja bastante de ciertas retóricas de moda y del influjo de las celebridades sacralizadas de las metrópolis. Vivir en la Patagonia me juega a favor, creo, porque no siento apuro ni obligación por leer los best seller del mercado o la crítica. El poeta fueguino Julio José Leite me explicó clarito este asunto: en el sur los poetas veíamos el mundo desde un embudo, y nosotros mirábamos por la parte inferior, por ese orificio, y por eso nuestra mirada del mundo siempre tendía a ampliarse, a ser universal. Es linda la imagen, y me parece una hipótesis atendible.

 

Trasladémonos a Alemania.

 

He leído mi poesía en el Festival “Cinco Sentidos” de Jena, en noviembre de 2015. Apenas volví a mi casa pensé en escribir la experiencia no sólo de esto sino de todo el viaje de varios meses, que fue magnífico; pero no lo hice. Leímos, junto con Jorge, en una torre medieval, cuyo nombre no recuerdo ni podría pronunciar, en el centro de la ciudad.Allí, esa noche, o tarde porque era el invierno allá, había personas que hablaban el castellano porque estudiaban en la Universidad en esta lengua. Unos colegas tradujeron al alemán algunos poemas y los proyectaban en una de las paredes del lugar. No tengo idea qué se entendió pero tampoco tengo idea nunca, más allá de la lengua, de qué entienden los otros que escuchan o leen mis textos. Y eso está bien porque la ilusión del control y de la interpretación plena es muy dañina. La poesía es escenario de libertad, el lenguaje es, como ya se dijo tantas veces, una cárcel; así que creo que jugamos, más allá de los códigos, a la libertad ese día, en las tierras donde predicó Lutero. Canté unas coplas, nada que ver, no soy cantante ni tengo buena voz, pero a veces me desubico con alguna cosa en mis lecturas, algo que viene del corazón empuja y sale; quizás es el pudor el que me empuja a ser impúdica en algunas ocasiones.

De ese viaje me traje un amigo, David Foitzick, sureño como yo, pero de Chile; y el sabor riquísimo de las cervezas de trigo y la experiencia de un taller de poesía que dicté en la Universidad. De ese taller recuerdo, por ejemplo, a Sofía Lavista, científica argentina especializada en microbiología, y en el estudio del olfato de las moscas, que asistió religiosamente al taller, con un entusiasmo contagioso. Entrerriana, cómo no va asentirse convocada por la poesía, con tanto río, verde y juanes eles  —le escribí hace poco. Ella me regaló una fruta que nunca había comido, parecía un pomelo, amarillo, cítrico, pero como si se reunieran tres o incluso cuatro pomelos en una misma esfera. Alemania me llenó los ojos hasta desbordarlos.

 

Redes temáticas: participás de dos; una de ellas, internacional.

 

Precisamente en Jena, Alemania: la Thematisches Netzwerk de la Universidad Friedrich Schiller, centrada en el estudio de la Patagonia desde la interdisciplinariedad; y la otra, la nacional, es la Red Interuniversitaria de Estudios de Literaturas de la Argentina (RELA), focalizada en promover una perspectiva federal y pluralizar los mapas de la literatura nacional. Me siento muy feliz colaborando en ambas redes. Ingresé primero a la RELA, en 2013, cuando conocí a su coordinadora de ese entonces, la Dra. Alejandra Nallim, quien me invitó a Jujuy a dictar un taller sobre la poesía del sur, y me enseñó que la lejanía es una versión de la distancia que puede revertirse y subvertirse. Jujuy, aproximadamente a 2.900 kilómetros de mi casa, empezó a estar cerca. La Dra. Claudia Hammerschmid es la coordinadora de la red con sede central en Alemania, a la que ingresé en el año 2015. Claudia es alemana, pero habla perfecto el castellano, incluso podría decirse que habla perfecto el argentino/porteño. Huidobro advirtió que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”, y juro que soy respetuosa de esta advertencia, pero de ambas, de Claudia y de Alejandra, críticas e investigadoras de fuste, debo decir que son generosas, humildes, respetuosas y cálidas. Y no exagero. Esta semejanza no es coincidencia, sino que pareciera ser el perfil de las personas que apuestan al trabajo en red, que propende a la horizontalidad, a la fraternidad y al respeto por la diversidad. Hago hincapié en estas dos mujeres basándome también en una preferencia, la de la recuperación de los nombres propios por sobre las abstracciones.

 

 

Para todos, pero acaso especialmente para quienes no dispongan de información suficiente sobre la Patagonia: ¿por qué la Patagonia se dice en plural…?

 

Por causas complejas de resumir, pero que se retrotraen a los relatos de los primeros viajeros extranjeros que pisaron el territorio que hoy llamamos Patagonia; nuestro espacio se ha diseñado como una geografía imaginaria uniforme, estereotipada como un paisaje de grandes distancias, vacío y soledad.  En el “Primer viaje en torno del globo”, Antonio Pigafetta narra por vez primera la llegada de los europeos a la región, en 1520, con la expedición de Fernando de Magallanes,que hace puerto en la costa patagónica. Con este texto se inaugura e inmortaliza la idea del gigantismo de los indígenas patagónicos, asociados para siempre tanto al nombre como a las extensiones del lugar que de allí en adelante llevará la marca de la exageración. Esa exageración a su vez se liga a la dificultad para dominar el territorio que preocupó tanto a los proyectos coloniales como posteriormente a los nacionales. Quienes vivimos en la Patagonia, y aquí tenemos nuestro lugar de enunciación, sabemos, sentimos y experimentamos la irrealidad de las definiciones del sur como “terra incognita” o “res nullius”. El sur es mi domicilio existencial, por eso mismo nunca podrá ser una obligación temática. Escribir de la Patagonia es prescindible. Pienso, al igual que varios de los escritores que recordé en esta entrevista, que la patria es la infancia, y que para un escritor la patria es la lengua y ese territorio nunca es geométrico ni inalterable.

 

 

¿Acordarías con el escritor Luis Benítez en que de las corrientes poéticas consagradas del siglo XX, las más interesantes son “el imaginismo anglosajón y el hermetismo y el neorrealismo italiano”?

 

No. No acuerdo con esta afirmación en particular ni con ninguna que esté formulada en términos tajantes y restrictivos, además de eurocentrados. Conozco, con desigual profundidad, ambas corrientes, y las aprecio, como valoro otras. En este tipo de aseveraciones hay que ponerle la lupa a los adjetivos. Es decir, “consagradas” e “interesantes” permiten e incluso demandan preguntas del tipo: ¿para quién?, ¿desde qué lugar?, ¿según qué parámetros? No conozco el contexto de enunciación de esta cita, y quizás ése sea el motivo de mi distancia. Te cuento, a riesgo de ser aún más parcial en la respuesta, que para mi formación como lectora fueron más importantes el modernismo latinoamericano (que si bien fue finisecular ingresó a la primera década del siglo XX) y la generación del ‘27 española.

 

 

En 2016 también viajaste a Europa.

 

Sí, fue un viaje de un mes, muy grato. A principios de julio presenté una conferencia, “Las aldeas y los mundos en la poesía contemporánea de la Patagonia”, en la ciudad de Barcelona, gracias a la invitación de la poeta española Concha García, y en los días finales de ese mes participé de un congreso de Literatura Latinoamericana en la ciudad de Jena. Y esta vez con dos grandes poetas del sur argentino y chileno, Jorge Spíndola y Sergio Mansilla Torres. Me siento cómoda en Alemania, aunque apenas sepa decir un puñado de palabras en la lengua de Schiller y de Goethe. Sé agradecer, pedir disculpas y más cerveza, y esas tres cosas son pocas pero importantes.

 

 

 

Luciana A. Mellado selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

 

VII

 

 

¿Ve aquel mundo de al lado

que huele a tomillo y laurel?

 

Lo ve. Mírelo.

 

Usted también.

 

¿Ve a la mujer de trenza larga

como hondura de cielo?

 

¿La ve?

 

Está sentada en un banquito

torciéndose las manos

con lanas y con hilos.

 

¿Y a la mujer callada

que curte cueros

para hacer quillangos?

 

¿La ve?

 

De zorro son, sí,

y de caracul.

 

¿Y a la niña muerta

con ojos de eclipse?

 

¿La ve?

 

Es tan bella y pequeña

como una mariposa azul.

 

¿Y aquella calle que atraviesa

la puerta, la ve?

 

Por esa calle se fue mi hija,

la mayor.

 

 

(de “Aquí no vive nadie”)

 

 

*

 

 

XIII

 

 

La vida trastumbada la suspiro entre palomas
que florecen en la infancia
cuando el palomar era en el patio
sobre el galpón de chapa
un agujero y un hombre
que no vuelve todavía
de la muerte.

Después
la hospitalidad me abrió las piernas
y dejé pasar a peregrinos,
viajeros, indigentes y fugados
que dejaron la puerta de mi casa
llena de cadáveres.

 

 

(de “Aquí no vive nadie”)

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Comodoro Rivadavia y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1700 kilómetros, Luciana A. Mellado y Rolando Revagliatti.

 

www.revagliatti.com

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