La experiencia impulsada por docentes y reclusos en un centro universitario dentro de un penal bonaerense demostró en la Escuela Leopoldo Marechal que la educación y el arte comunitario abren puertas y mentes, aun en los contextos más violentos. Cómo transformar el pensamiento delictivo, según sus protagonistas.
Por Valeria Virginia Villanueva
villanueva.valeriavirginia@gmail.com
¿Para qué sirve la cárcel? ¿Es un espacio de reeducación para la reinserción o sólo de exclusión? ¿Hay construcción posible dentro de prisión? La polémica en torno a estos cuestionamientos data de siglos pero, desafiando la mirada condenatoria general de la sociedad, hay un grupo de artistas y educadores que decidieron dar una oportunidad a los presos y apuestan a la liberación y empoderamiento del sujeto a través del arte.
“Pabellón Frazada” es el nombre que recibe la transformadora y premiada experiencia artística y pedagógica desarrollada con estudiantes del Centro Universitario San Martín (CUSAM), creado en 2008 dentro de la Unidad Penal Nº 48 de máxima seguridad de José León Suárez, en convenio con el Servicio Penitenciario Bonaerense. El proyecto fue presentado en un concurrido encuentro que se dio el pasado martes en la sede de Isidro Casanova de la Escuela de Arte Leopoldo Marechal. Quienes lo contaron fueron parte de sus protagonistas: el Profesor de teatro Marcos Perearnau y, acompañado de su grupo musical de rap, el ex interno Ariel “Patón” Argüello, quien relató su vivencia en primera persona.
La actividad fue en el marco del seminario “Variaciones sobre el Poder” del que participó también la revista ¬”La Garganta Poderosa”. Fue organizada por el colectivo Matanza Nómade, a través de cuyas actividades fomenta nuevos vínculos con diferentes actores y creaciones del circuito del arte desde una mirada alternativa y comunitaria. Durante el encuentro, se instaló el pabellón colgando en las paredes de la escuela frazadas intervenidas por los internos, demarcando el espacio de la “ranchada”. En ella, “Patón” contó cómo se sobrevive en y a la cárcel, los rebusques y códigos propios de “adentro”, hasta grabar un tema junto a Miss Bolivia, y el camino a la libertad.
“No más rejas, hacelo por tu vieja, deja el pasado atrás”
Así rapea Patón en el estribillo de uno de los temas que compuso con su grupo musical, a partir de conocer la cultura del rap en películas y canciones que lo hicieron sentir identificado y le despertaron el interés por la música. Así comentó él mismo la fortaleza que le daba recordar la mirada de madre y la angustia que saben que provoca ver a un hijo encarcelado, y cómo eso lo animó a aprovechar la oportunidad de “transformar el pensamiento delictivo” que le brindaron las clases de sociología y el taller de teatro en prisión.
“Conocí, la educación, el arte, hoy estoy acá gracias a eso. Ya me fui en libertad cuando me di cuenta lo que era una institución, cuando me dejaron agarrar un teléfono y entrar a internet”, celebra el hombre que reconoce haber “pensado como delincuente”, lo que lo llevó tras las rejas durante largos años, desde adolescente, por un crimen que no cometió y por evitar convertirse en “buchón” según afirmó, hasta que lo liberaron, alrededor de 2 años atrás. Hasta estuvo en un “buzón” -un¬a celda en la que estaba solo, aislado del resto de los convictos-, que es como “estar dos veces preso”, donde “lo único que queda es caminar, ir de un lado para otro por horas”, en las que se le pasó “la soga” por la cabeza e incluso “había una gillette, cómo a propósito, ¿no?”.
“En la cárcel conocí la maldad absoluta del ser humano, la maldad por deporte, como una droga”, señaló Argüello y admitió: “no es fácil, peleo mucho con mi pasado, siempre jode”. También admitió que le cuesta aún sacarse la gorra, dentro de la simbología tumbera o “berretines” como les llaman adentro, pero que, al lograr despojarse de la mayoría de ellos, se le empezaron a abrir puertas.
Armas palabra, armas frazada
La violencia impregnada en la vida de quienes crecen es la miseria parece imposible de combatir, como Patón observó al empezar a enseñarles a leer a otros reclusos: “el pibe no tiene la culpa, ya creció así. Me di cuenta que muchos no querían ser pibes chorros, solo querían figurar como tales, como te dicen algunas letras de música -sin embargo, él encaró el desafío- Yo quería que la hora que les enseñaba tenga tanto o más peso que la orden de un oficial”.
Parte de esa vida violenta que aprenden a sobrellevar es la relación con las armas blancas o de fuego. El profesor Perearnau intentó construirla a partir de un ejercicio literario que propuso en el taller de teatro: escribir en primera persona como si uno fuera un arma, pensar como un arma, mirar desde ella a los demás. Los textos resultantes fueron reveladores. Para los reos mismos, al reconocer la violencia en sus propias acciones y sus consecuencias, pero también a nivel narrativo, ya que ahora conforman un interesante compilado de producciones denominado “Las armas”.
“La ignorancia te pone en una situación como que te pongan un revolver en la cabeza –escribió Patón en su ejercicio y explicó- “El que acciona el gatillo es el humano. Y es un peso. Pero es saber lo que es manejar un arma, y no hablo sólo una blanca o de fuego, sino hasta la misma palabra, las intenciones”.
Además de palabras, las frazadas se convirtieron para ellos en armas para defender la libertad propia. Este elemento es uno de los pocos con los que cuentan en la cárcel, el que les sirve para trasladar sus pertenencias de un pabellón a otro, con el que arman un “honguito” para sentarse. Es el que eligieron implementar para delimitar el espacio propio dentro, extendiéndolo como paredes entre las que crear un ambiente que puede funcionar como aula, biblioteca, comedor, guardería, lo que sea necesario.
La cuestión es “abrigarse de la mirada del otro”, como explican los creadores de Pabellón Frazada.
La idea de pabellón cruza su significado de espacio tanto artístico como carcelario. Y el uso de frazadas está inspirado en el artista paraguayo Feliciano Centurión (San Ignacio, 1962) en cuyas obras emplea este soporte para bordar consignas políticas y literarias, donde narró también su relación con la sociedad y con el sida.
Pabellón Frazada expresa de este modo la precariedad de la experiencia del encierro, y a la vez la construcción posible en ella. Desde la creatividad y la oportunidad de ejercer el derecho a la educación aún en prisión, esta propuesta artística busca no sólo transformar a un convicto, sino también la mirada de los que “estamos afuera”, que suele ser limitada y limitante. Es transformar los vínculos desde el arte y la educación.
Página de Facebook oficial: Pabellón Frazada