Por Carlos Matías Sánchez
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Talentoso, de infancia sufrida, de carrera soñada; discutido, polémico, contradictorio, pero en fin, símbolo de la argentinidad y orgullo futbolístico a nivel mundial, dedicamos un homenaje a Diego Armando Maradona en su cumpleaños como parte de la historia de nuestro pueblo.
Porque la historia, y en especial la historia de nuestros pueblos, no la hacen solamente los
políticos, sino también tipos comunes que logran cosas extraordinarias. Como ese pibito oriundo de la Villa Fiorito, lugar emblemático de nuestro conurbano, que a fuerza de talento logró superar sus limitaciones materiales y convertirse en nada menos que el mejor jugador de fútbol de la historia.
Nació el 30 de octubre de 1960 en el Policlínico Evita de Lanús y la leyenda dice que en su infancia fue hincha de Independiente. Lo cierto es que se formó futbolísticamente en las inferiores de Argentinos Juniors, las mismas que generaron cracks como Redondo y Riquelme. Debutó en octubre de 1976 y un año después debutó en la Selección Nacional. En Argentinos fue goleador en cinco torneos y logró un subcampeonato.
Sin embargo, César Luis Menotti prefirió no convocarlo para el Mundial que Argentina ganó en 1978. El año siguiente tuvo su revancha: ganó el Mundial Juvenil Sub-20 en Japón, descollando junto a otro prometedor joven, al que la historia lo pondría más tarde en la vereda de enfrente, el riverplatense Ramón Ángel Díaz.
Maradona deslumbró desde su juventud, con el juego que lo caracterizaría por el resto de su vida: la habilidad, la destreza, el lujo, la calidad futbolística en su máxima expresión, convirtiendo a un deporte como el fútbol, que en Argentina es además una pasión (y en la actualidad, cada vez más un negocio) en un verdadero arte.
De Argentinos pasó a uno de las dos potencias nacionales y latinoamericanas, el mismo Boca Juniors al que había humillado cuando daba sus primeros pasos en Argentinos. Allí se convirtió en un jugador estrella y los europeos, en una práctica que hoy es tan habitual que ni se advierte, se lo llevaron a vestir su camiseta a cambio de importantes sumas de dinero. Uno de sus primeros partidos fue una victoria arrasadora contra River, con un histórico gol del 10.
Luego de la frustrante participación de la Selección en el Mundial de España 1982, Maradona pasó al Barcelona, club en el cual, a pesar de una hepatitis que lo apartó 4 meses de las canchas y de la fractura de su tobillo izquierdo (justo ése), se convirtió en una indiscutible figura del fútbol mundial.
Corría 1984 cuando Diego Armando Maradona, sancionado, enfrentado a los directivos catalanes y económicamente en problemas, pasó al Napoli, club representativo de la Italia humilde del sur y relegada siempre a las potencias milanesas del norte, no sólo socialmente sino también deportivamente.
Pero 1986 sería el año en el que aquel monarca del deporte se divinizó para el resto de la eternidad. Después de la decepción de 1978 y el fracaso de 1982, había llegado su hora. Alumbró un mito con la Mano de Dios y con el mejor gol de la historia nada menos que contra Inglaterra, con todo lo que significaba aquel país después de los trágicos sucesos de 1982. Fue el líder de una selección que ganó de punta a punta aquel Mundial de México, sin sospechas alrededor y con un gran juego.
Bañado en gloria volvió a Nápoles y de su mano aquel club alcanzó éxitos nunca imaginados por sus hinchas, que aún hoy, en cada esquina y con cada gesto lo veneran como a alguien realmente sobrehumano. Maradona ya era un mito. Allí, en un lustro consiguió dos torneos locales, dos subcampeonatos, una Copa Italia y una UEFA.
El mundial de 1990 en Italia, donde Maradona jugaba realmente de local, dejó un sabor amargo luego de la injusta derrota en la final contra Alemania Federal. Al regresar a Napoli, su carrera encontró obstáculos insalvables que lo obligaron a regresar a la Argentina. La droga le había traído las primeras consecuencias nefastas en su vida.
Su regreso a Europa, con la camiseta del Sevilla, no fue de lo mejor de su carrera y en 1993 volvió a su patria para jugar en Newell’s. Al poco tiempo se incorporó a una Selección urgida que clasificó con las monedas justas a Estados Unidos 1994. Allí un nuevo doping positivo lo dejó afuera. La Selección no tardó en acusar recibo de su ausencia, y él no volvería a vestir la celeste y blanca.
Volvió a ponerse la camiseta de Boca, aunque fueron tres años con más lesiones, sanciones y problemas judiciales que fútbol y su carrera se apagó de la peor forma. En octubre de 1997 jugó su último partido en el estadio Monumental.
Volvería a involucrarse concretamente en el mundo del fútbol doce años después, tomando las riendas de una selección próxima a un nuevo mundial. Sudáfrica 2010 fue motivo de grandes esperanzas para los hinchas argentinos inicialmente, pero la goleada ante Alemania derrumbó los sueños, alegró a los agoreros y desencadenó la salida del más grande del fútbol mundial de nuestra Selección.
Hay muchos Diegos. Muchos costados para analizar, para criticar; su relación con las drogas, su forma de ser, sus conflictos con colegas, su relación con la prensa, sus posicionamientos políticos.
Sus luces y sus sombras; momentos de apogeo, etapas de crisis. Todo ello magnificado por los medios de comunicación y por su significado a nivel mundial.
Elegimos honrar al Diego que tantas alegrías le dio al pueblo argentino, el futbolista. Al Maradona popular, orgulloso de su origen, agradecido con los suyos, solidario con los humildes de los que él también fue parte. Al que aporta frases y anécdotas a nuestro folclore futbolero, al que causa además de admiración, simpatía y ternura: al gran padre que es. Sus errores los ha pagado y los sigue pagando; los dedos apuntadores de los especialistas en juzgar al resto están de más. Desde esta humilde página, muchos argentinos apasionados saludamos al artista de la pelota más grande
que tuvo este planeta; a uno de nuestros orgullos nacionales: ¡Feliz Cumple, Diego!
PERO A PESAR DE TODO NUNCA DEJO DE SER UN NEGRO CABEZA …….