Número de edición 8481
La Matanza

Miserias carcelarias: El caso Acevedo. Por: Hugo López Carribero

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Un caso algo similar al que publiqué días atrás y que se registra cada vez con mayor frecuencia, es el padecido por un defendido mío de apellido Acevedo, quien fuera alojado, en un principio, en la comisaría de Ramos Mejía, acusado de comercializar estupefacientes. Concretamente cocaína.

Por: Hugo López Carribero

Abogado penalista

Era un simple consumidor

Acevedo era, tal como se demostró, en el juicio oral, un consumidor habitual de aquella droga. Los tiempos morosos de la justicia hicieron que sujeto permaneciera durante 10 meses detenido, para ser liberado en el juicio oral, tras una larga jornada de debate. Los jueces llegaron a la conclusión de que Acevedo jamás había comercializado droga alguna, y que sólo se trataba de un consumidor que necesitaba de un adecuado tratamiento médico para superar esa lamentable situación.

Los delincuentes que se dedican a “la pesada”, es decir los que se especializan, por ejemplo, en robos con armas ó secuestros extorsivos, experimentan, tal vez por tradición familiar, un especial y pertinaz rechazo hacia los vendedores de droga. Entienden así, que el comercio prohibido de estupefacientes, debe estar reservado exclusivamente para las

mujeres, y que los hombres que se dedican a eso, son cobardes que no se animan a empuñar un arma y secuestrar una persona. No admiten la facilidad con que los vendedores de droga ganan dinero, muchas veces casi sin despeinarse.

Pero curiosamente, para los delincuentes de “la pesada” que no aceptan el comercio de las drogas desarrollado por lo varones, sí aceptan el consumo de estupefacientes, en especial dentro los lugares de detención, sea en comisarías o unidades carcelarias. El  problema, para ellos, es la provisión de la droga.

 

Método extorsivo

 

Ni bien Acevedo ingresó a los calabozos de la comisaría, los demás detenidos, le exigieron, a cambio de su integridad física, que su esposa les trajera cocaína, al día siguiente, que era el día de la visita.

La forma y los artilugios con que la mujer de Acevedo debía desplegarse para ingresar la droga sin que la policía la detectara, iba a ser suministrada por la mujer de otro preso, por lo que la esposa de Acevedo se debía comunicarse esa misma noche con un número telefónico que su esposo le hizo saber en una carta cuando en horas de la noche ella se acercó a la comisaría para llevarle comida y un colchón. En la carta decía: “Llamá

urgente a este teléfono y preguntá por la paraguaya, hacé lo que ella te diga, porque si no acá me matan”.

A propósito de esto último, la comida nunca le llegó a Acevedo, durante los meses de su alojamiento en esa comisaría, comió de las sobras de los demás detenidos. Por otra parte jamás durmió sobre el colchón, que fue directamente a apropiado por el “jefe” del calabozo. Por el escaso espacio que había allí, Acevedo dormía sentado en el ángulo recto que forma la pared y el piso, durante cinco meses, hasta que fue trasladado a la cárcel de Villa Devoto, donde ingresó al pabellón evangelista.

Pero volviendo al tema de la droga. En esa comisaría los días de visitas eran los viernes. Durante cinco semanas la mujer de Acevedo cumplió religiosamente con las instrucciones de la paraguaya, hasta que un mal día una policía femenina le descubrió la maniobra y le secuestró la droga, que estaba ya a punto de ingresar a la zona de los calabozos. La mujer fue detenida y puesta a disposición del juez de turno, nadie le creyó su

versión de las amenazas y permaneció encarcelada durante un año y ocho meses, en la unidad penitenciaria 3 de Ezeiza, también en el juicio oral recuperó la libertad. Sin embargo cuando dejó la cárcel, la esperaba una trágica noticia que motivó su suicidio.

El hijo mayor del matrimonio Acevedo de 14 años de edad, había ingresado al mundo de las adicciones, al igual que su padre. Sabía dónde adquirir la cocaína, pues el padre lo llevaba cada vez que compraba para él mismo.

El niño, ya adicto a la drogas, y sin dinero, se animó a empuñar un revolver que no funcionaba y optó por salir a asaltar a cualquier transeúnte con el propósito de poder comprar la cocaína.

Tuvo mala suerte, le fue a robar a un policía vestido de civil, que dejaba el servicio en la comisaría de Paso del Rey. El policía lo mató sin mediar palabras.

 

Una penosa transformación

 

En la cárcel de Villa Devoto, Acevedo conoció a varios delincuentes que se

congregaban a la sombra del evangelio. Uno de ello, también defendido mío, se auto proclamó pastor del Ministerio Carcelario de Cristo.

Además de predicar la palabra bíblica, se dedicaba a recolectar almas vivas que quisieran acompañarlo en las empresas delictivas y criminales que se proponía al momento de salir en libertad. El hombre era “por naturaleza” un sicario, es decir un asesino a sueldo.

Acevedo se convirtió en uno de sus más fieles seguidores, primero dentro del penal y luego fuera del mismo.

Al recuperar la libertad ambos se unieron en la más siniestra logia criminal, aceptar dinero o promesas remuneratorias para matar seres humanos. Al poco tiempo los dos estaban nuevamente presos, acusados de tres homicidios.

Por mi parte entiendo que Acevedo, no era un delincuente por sí mismo, formado hecho y derecho, por lo menos hasta el egreso de la unidad carcelaria. La formación delictiva que recibió muros adentro, jamás la había conocido, ni siquiera imaginado en su mundo de consumidor habitual de drogas.

El matrimonio Acevedo también tenía una hija de 10 años de edad, con el tiempo supe que, ya mujer joven, ejercía la prostitución en las inmediaciones de la plaza de Constitución.

Acevedo fue finalmente sentenciado y condenado a prisión perpetua, en este último proceso penal yo no lo defendí, pero supe que se acreditó, en el juicio oral su participación en los tres homicidios que se le imputaban, todos cometidos por dinero pagado por aquellas personas que no se animaban a asesinar al ser humano, y  que por alguna razón odiaban.

Curiosamente, uno de los muertos, resultó ser el cuñado del pastor evangélico, cuya esposa había ganado, hacía pocos días una suculenta suma de dinero en el casino de Mar del Plata.

Hace pocas semanas ingresé a la sala de abogados de la cárcel de Villa Devoto, para entrevistar a mis defendidos, al mismo tiempo se me acercó un hombre canoso y delgado como un esqueleto, aunque pulcro en su vestimenta, y muy bien afeitado, me ofreció un café. Con la vista baja, me dijo: “Buen día doctor, ya no me recuerda, soy Acevedo”.

 

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