De a poco, sin prisa y sin pausa, de manera disimulada, silenciosa y solapadamente los gendarmes regresas en sus respectivas provincias. Hombres y mujeres que fueron sometidos a la más burda de las payadas gubernamentales en materia de maquillaje y colorete de la seguridad. Con sueldos míseros y hasta paupérrimos (teniendo en cuenta el nivel de gastos a los que se los expone virulentamente), y peores condiciones de alojamiento, se vieron en la necesidad de dormir donde los sorprendía el sueño.
La responsabilidad de las autoridades, por la seguridad ciudadana, duró menos que el entusiasmo de un adolescente que se creía enamorado.
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