Por Jorge Altamira
Esto es muy claro cuando se aborda la bancarrota capitalista que se expande en la mayor parte de los países. Luego de la depresión que siguió a la quiebra del banco Lehman Brothers y al rescate de AIG, la mayor compañía de seguros del mundo, entre finales de 2008 y mediados de 2009, la economía mundial pareció tomar nuevo aliento como consecuencia de los gastos inmensos de los estados en Estados Unidos y China y de las pseudo nacionalizaciones de bancos, en particular en Gran Bretaña y Alemania. La crisis de Grecia, a partir de inicios de 2010, echó sin embargo sombras sobre esta recuperación, pero es a partir del primer trimestre de 2011 cuando la economía mundial retorna a una etapa de derrumbe financiero, que envuelve al conjunto de las naciones de la Unión Europea. Con sus bancos y Estados virtualmente quebrados, Europa enfrenta la posibilidad de la desaparición del euro y la desintegración de la UE. La crisis europea tiene un impacto muy fuerte sobre Estados Unidos y China y el conjunto de los países de menor desarrollo. A esto se añade un proceso de especulación propio de estos últimos países, que ha llegado a su punto de explosión. 2012 se vislumbra como un año de transición, que vería el fracaso del rescate del capital y el ingreso en la mayor depresión económica de la historia del capitalismo.
Esta evolución histórica ha tenido su correlato en la política mundial y en los movimientos sociales. En particular en Europa, los gobiernos electos han sido reemplazados por otros designados por la banca internacional, convirtiéndolos en ‘pro-cónsules’, o sea semicolonias del capital financiero. Se trata de un fenómeno cataclísmico: El pasaje a regímenes políticos de excepción.
De otro lado, se observa un proceso de insubordinación masivo, que ha tenido su manifestación más eminente en las revoluciones árabes. La convulsión social y política en el Medio Oriente ha sido replicada por las grandes potencias con el bombardeo a Libia, una forma de controlar la crisis revolucionaria en la región y de cooptación de algunos movimientos rebeldes; ahora, una combinación de alzamiento revolucionario e intervención extranjera en Siria, podría convertirse en un gigantesco escenario de guerra civil. La bancarrota capitalista ha iniciado un período de revoluciones y contrarrevoluciones en todo el mundo, en una escala histórica que podría superar a sus predecesores. 2011, entonces, año bisagra.
Argentina, una nación capitalista, con una deuda pública de casi 200 mil millones de dólares, no podría escapar a este proceso general. Luego una elección que el gobierno gana en forma plebiscitaria, el anuncio del tarifazo (y numerosos impuestazos) pone de manifiesto que las bases económicas del oficialismo se encuentran agotadas. ¡El 52% de la deuda pública ha sido transferida al Banco Central y a la Anses! (a costa de los jubilados), lo cual equivale a reconocer una situación de ‘defol’, porque esta deuda será refinanciada en forma indefinida. Es comprensible que, ante esta situación, el gobierno renueve el estado de emergencia y el gobierno por decreto y super poderes. El ingreso a una etapa de ‘ajuste’ es la causa última del veloz ingreso a una crisis política, como lo atestigua el choque del Ejecutivo con la burocracia de los sindicatos e incluso con el gobierno bonaerense. De nuevo, 2011 emerge como un año bisagra, que deja planteada una transición política.
La larguísima campaña electoral del año que ha pasado, ha visto la emergencia del Frente de Izquierda, que obtuvo, en los principales distritos, un porcentaje de voto que oscila entre el 5 y 7%, aunque en Salta llegó al 14%. La izquierda suscitó un enorme interés en sectores del electorado que por ahora no la han votado. Cuando el oficialismo acapara el 54% y cuando los mayores agrupamientos de la izquierda se dividen entre el voto al oficialismo (el caso de los partidos comunista y humanista) y el voto al Frente Progresista (CTA Michelli, Libres del Sur), el volumen del voto por el Frente de Izquierda aparece como un gran salto político, que ha incorporado a la izquierda a legiones de trabajadores y jóvenes sin tradición de voto por la izquierda.
¿A qué obedece este desarrollo del Frente de Izquierda? Precisamente a que encarnó la salida anticapitalista a la bancarrota del capitalismo. El Frente de Izquierda canalizó la rebeldía de una juventud cuyas aspiraciones se ven frustradas por una orientación de rescate del capital al precio de una acentuación de la miseria social. Es una expresión de la diferenciación política de un sector del electorado que nunca admitió la cooptación oficial. Fue también un anticipo del agotamiento de la experiencia de gobierno de la última década, que apenas modificó la situación de las masas con respecto a los 90, pero sirvió para el enriquecimiento de viejos y nuevos conglomerados capitalistas. Después de todo, como gritan los manifestantes en las plazas, “nunca hubo tantos presos por luchar”.
2012 deberá ver la poderosa emergencia de la izquierda, como instrumento de una salida obrera y popular.