Número de edición : 8904

Opinión

Historia Popular: La Operación Cóndor

Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com

Hoy evocamos la gesta de aquellos jóvenes que en una hazaña inédita hicieron flamear por
algunos momentos nuestra bandera en las Islas Malvinas, en 1966.
“Muchachos, aunque nos cueste la vida. Lo de menos es que nos lleven presos a Inglaterra. Lo más glorioso, que caigamos en el intento”.
Corrían los tiempos del Onganiato, es decir, de aquel régimen militar que había llegado al poder derrocando al débil gobierno de Arturo Illia, y que pretendía quedarse en él indefinidamente proclamando un nacionalismo apenas discursivo, una “Revolución Argentina” que en los hechos abriría nuestro país a las corporaciones multinacionales y reprimiría, al igual que los gobiernos anteriores, a la máxima expresión política del pueblo, el peronismo derrotado en 1955.
El 28 de septiembre de 1966, entonces, un grupo de jóvenes militantes peronistas, dotados de una valentía insuperable y con 22 años de promedio, emprendieron un desafío que representaba fielmente y en los hechos la defensa de la soberanía y la dignidad nacional: la ocupación de las Islas Malvinas, esas que aún hoy siguen en poder del Imperio Británico que se niega siquiera a sentarse a dialogar por ellas, violando nuestra soberanía e ignorando la voluntad de la comunidad latinoamericana y los organismos y foros internacionales que exigen el reconocimiento de nuestros derechos.
Eran 18 los militantes que, luego de planearlo diez meses, desviaron en pleno vuelo el avión Douglas CD4 de Aerolíneas Argentinas, con destino a Río Gallegos. Luego de 133 años, cuando los ingleses ocuparon las islas, nuestra bandera volvería a flamear en ellas.
El avión despegó normalmente pero cerca de las 6 de la mañana Dardo Cabo y Alejandro Giovenco se metieron a la cabina y le comunicaron al piloto que el avión estaba tomado. Incluso quedó bajo su control el contraalmirante Guzmán, gobernador de facto de Tierra del Fuego.
Cuatro horas después, superando las dificultades climáticas, el avión llegó a tierra, aunque no cerca de la casa del gobernador, como estaba planeado. Al llegar los jóvenes izaron las siete banderas que traían (las cuales flamearon por 36 horas) y entonaron el himno nacional argentino.
Dardo Cabo proclamó: “ponemos hoy nuestros pies en las Islas Malvinas argentinas para reafirmar con nuestra presencia la soberanía nacional y quedar como celosos custodios de la azul y blanca. O concretamos nuestro futuro o moriremos con el pasado”, y acto seguido rebautizó al lugar como Aeropuerto Antonio Rivero, en homenaje al gaucho que tomó el control de las islas la última vez, en 1833.
Luego se tomaron como rehenes a jefes de las milicias locales y pobladores de la isla para forzar el reconocimiento de las autoridades inglesas de la soberanía argentina, lo que no ocurrió. Pasó un día y medio (un sacerdote local intercedió para que el resto de los pasajeros fuera alojado en casas de los kelpers) y los militantes se vieron rodeados de civiles y militares ingleses y belgas.
Dos días después terminó la resistencia de aquellos jóvenes, sin el apoyo de tropas argentinas.
Onganía, huésped por esos días del príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de Isabel II, había considerado un acto de “piratería” a la operación, argumentando que la recuperación debería intentarse por la vía diplomática.
Los jóvenes, luego de ser detenidos en la iglesia del puerto durante una semana, embarcaron a Ushuaia en un buque de bandera argentina. Cabo declararía ante la justicia, meses después: “Fui a Malvinas a reafirmar la soberanía nacional y quiero aclarar que en ningún momento me he entregado a las autoridades inglesas, sino que acepté el hospedaje de la Iglesia Católica ofrecido a través del arzobispo de las Islas Malvinas; que me consideré detenido por la autoridad argentina
que allí reconocí en el comandante de Aerolíneas, entregándole al gobernador de Tierra del
Fuego e Islas Malvinas, señor almirante Guzmán, las banderas argentinas que flamearon en tierra malvineña durante treinta y seis horas.”
Permanecieron nueve meses detenidos en el penal de aquella ciudad y fueron condenados en junio de 1967 por privación ilegítima de la libertad, portación de arma de guerra, asociación ilícita, piratería y robo, aunque no por el secuestro del avión. Nueve meses de cárcel para todos, menos para Cabo, Giovenco y Juan Carlos Rodríguez, quienes fueron condenados a tres años por sus antecedentes judiciales como presos políticos.
Dardo Cabo, periodista, afiliado a la Unión Obrera Metalúrgica e hijo de un gran sindicalista, militante peronista del MNA (Movimiento Nueva Argentina), se convertiría en una de las figuras emblemáticas de la izquierda peronista, militando en Montoneros en los convulsionados setenta.
El tercer mando del operativo, la periodista y dramaturga Cristina Verrier, de 27 años, encargada de las tareas de inteligencia que desempeñó como turista tiempo antes en las islas, se casaría con Cabo. Otros miembros de la gesta, como Giovenco, terminarían militando, siempre dentro del peronismo, pero en la vereda opuesta, en los sectores de ultraderecha del movimiento nacional.

Toda una paradoja.

Otros militantes del MNA apoyaron la operación desde Buenos Aires buscando la difusión de los sucesos y consiguiendo el apoyo de Héctor Ricardo García, director del diario Crónica, que desde sus páginas dio espacio al conocimiento de la hazaña, mientras García era parte del pasaje de aquel avión.
Hazaña que no suele ser reivindicada por los medios masivos de comunicación y aún permanece ocultada. Sin embargo, la Historia vista desde una concepción popular obliga a reconocer ese suceso que como uno de sus miembros, Norberto Karasiewicz, definiera en Página/12 hace seis años: “No se trató de un hecho delictivo, porque no delinque quien exige lo que es suyo”.

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